Intermedio

En diciembre de 2025, a comienzos del 2026, el mundo volvió a tambalearse. Una nueva pandemia surgió de manera repentina, como si la historia hubiera decidido repetirse con mayor crudeza. En comparación, el COVID-19 fue apenas una advertencia, una prueba de resistencia para ver qué tan capaz es el ser humano de adaptarse a los embates de la naturaleza. O, como muchos llegaron a pensar, una especie de purga destinada a reducir la población.

El año 2026 fue un caos absoluto. La economía colapsó, los sistemas de salud cayeron, y la incertidumbre se apoderó de cada rincón del planeta. Pero si algo ha demostrado la humanidad a lo largo de los siglos, es que nunca se queda con los brazos cruzados. Aun en medio del desastre, surge el impulso de sobrevivir, de avanzar, de levantarse... cueste lo que cueste.

La crisis social, sin embargo, fue quizás la herida más profunda. En tiempos de desesperación, incluso los más rectos se ven tentados por la oscuridad. A veces, tomar el camino incorrecto no es una elección, sino una consecuencia: ver a tu familia sufrir, no tener cómo pagar una medicina, sentir el hambre como un monstruo que no duerme. La mente humana se convierte en un campo de batalla donde se libra una guerra silenciosa entre la necesidad y la moral.

Hay hambre de justicia, pero también hay hambre de poder. Y cuando esa sed se vuelve incontrolable, el daño a terceros se convierte en moneda corriente. El mundo, retorcido y enfermo, ha perdido la capacidad de medir el dolor que causa. Pero aun así, el dogma de la vida permanece: navegar por aguas turbulentas hasta encontrar, algún día, ese punto de calma que muchos llaman esperanza.